HOJEANDO EL DIARIO

MANUEL RIVA | LA GACETA

La actividad era febril. El ir y venir de personas era intenso. Los negocios de la zona tenían abiertas sus puertas y el devenir de clientes no cesaba. Las manecillas del tiempo habían alcanzado el mediodía. El calor apretaba pero la gente seguía en su intenso transitar. Nos ubicamos en la calle San Martín al 800 (por entonces se denominaba aún Las Heras), cuando repentinamente comenzó a salir humo del taller de reparaciones de una concesionaria de automóviles. “Inmediatamente el incendio llamó la atención del público, ya que a varias cuadras a la redonda se divisaba una densa humareda que partía del local de Las Heras 816”. De esta manera nuestra crónica informaba sobre el incendio ocurrido el 8 de noviembre de 1933. Según el relato de los hechos las llamas se produjeron a “raíz de un accidente”. LA GACETA citaba a un muchacho de 18 años que trabajaba en la agencia de esta manera: “se encontraban varios de sus compañeros dedicados a la tarea de reparar el chasis de un camión, entre ellos el sopletero, que estaba a cargo del soplete a llama muy cerca del camión. Cuando, por motivos que él y los demás ignoran, súbitamente la llama se propagó a un charco de aceite o nafta que como es común exista en el piso del lugar. No atinamos nada más que a defendernos del fuego y dimos aviso sobre el incendio”. Casi al mismo tiempo la joven María Elena Daura, administrativa de la firma, salió del lugar hasta la esquina de Junín y Las Heras para dar aviso de la situación a los propietarios de la firma quienes junto a otros empleados se acercaron al lugar para comenzar a combatir el fuego. También llamaron a los bomberos, según la crónica: “el incendio habría comenzado como a las 11.45. Los bomberos recibieron la alarma a las 11.56 y dos minutos después llegaban hasta el lugar con dos transportes y una dotación de 12 bomberos”. Actuaron bajo el mando del comandante Julio Décima. Rápido, los bomberos tendieron las líneas de agua: “una desde el grifo de la esquina de Junín y Las Heras, para ataque y otra desde la esquina de Salta, para alimentar el tanque”. El avance de las llamas “fue detenido y tras 15 minutos quedaron circunscriptas al foco de su iniciación”. Esto permitió aislar la planta baja donde se depositaban grasas, aceites y naftas. El incendio destruyó parte de la planta alta destinada a depósito de repuestos y a las 12.45 el fuego había sido extinguido.

Nuestro cronista criticó la actitud irresponsable del público, que pese al peligro que generaba las llamas, “se estacionó en gran número en las cercanías de la casa incendiada, obstruyendo la labor de los bomberos y la policía, al extremo de desafiar con su inoportunidad el tránsito de automóviles de auxilio”. Los curiosos querían llegar hasta las mismas puertas del negocio mientras se encontraban trabajado los bomberos hecho que obligó a la Policía a accionar en consecuencia y “con energía”.

TRABAJO DE INVESTIGACIÓN. Las imágenes muestran a los efectivos policiales recopilando información sobre el evento en las oficinas del negocio.

Un hombre de mediana de edad, Pascual Matos, del Ejército de Salvación, y que ocasionalmente pasaba por allí en el preciso momento de comenzar el fuego “acudió a prestar decididamente su colaboración”. Según se supo fue suya la idea de retirar de dentro del taller, una construcción de unos 70 metros de fondo por 15 de frente, los automóviles que allí se encontraban en guarda o para reparación. Casi entre las llamas, él y el personal de la firma empujaron los vehículos hasta la calle. Matos, que había llegado antes que los mismos bomberos, relató: “el fuego estaba abrasando el fondo del edificio, lugar de su origen y parte de las estanterías de la planta alta que ocupa unos cinco metros a todo el fondo”.

ACTITUD TEMERARIA. Los curiosos se agolpan al frente de la concesionaria (IZQ). Matos, el hombre que ayudó desintersadamente.

Las evaluaciones posteriores del hecho, por parte de los bomberos, destacan que se había pensado que la destrucción era de mayor envergadura. Según el informe, “las pérdidas ocasionadas representan un valor de seis mil pesos”. Entre los daños materiales se encontraban los sufridos por varios automóviles, la destrucción completa de la planta alta, de un considerable lote de cubiertas y cámaras y de algunas herramientas de trabajo. El negocio era propiedad de Alberto Christie.

Tragedia en 1932

Un año antes el centro tucumano también se vio alterado por un incendio de proporciones, pero en la zona de Crisóstomo Álvarez y 9 de Julio cuando quedo destruido un negocio y donde hubo que lamentar una víctima a causa de las llamas.

“Serían las 16.50 cuando los transeúntes que acertaron a pasar por la esquina de las calles Crisóstomo Álvarez y 9 de Julio fueron sorprendidos por la presencia de un hombre que corría desesperadamente abrasado por las llamas”. De esta manera nuestro diario presentaba la noticia del incendio de un negocio en pleno centro de la ciudad el 2 de noviembre de 1932. Tras el primer impacto que vivieron los ocasionales peatones atendieron al hombre que luego fue llevado a la cercana Asistencia Pública y posteriormente, al Hospital Padilla. Finalmente y tras algunos días de agonía, el hombre murió debido a la gravedad de las quemaduras que había sufrido. El negocio soportó daños de cierta consideración pero no fue destruido gracias al rápido accionar de los bomberos, que lograron controlar el fuego rápidamente y evitar que las llamas alcanzaran las propiedades linderas.

Al mismo tiempo que la atención general seguía al hombre en llamas, salieron del negocio: “el dueño, José Liebfeld, y una joven que trabajaba en el taller de sombrerería y tintorería convertida en esos instantes en hoguera”. Era Rosa Pérez, de 17 años, que presentaba lesiones, por lo que fue llevada al hospital Santillán (centro médico desaparecido y donde ahora funciona la Escuela de la Patria) por Libfeld. Él mismo llevó a su cuñado, el hombre quemado, Juan Oversinger.

El siniestro se produjo, de acuerdo con los testigos e informes aportados, cuando Oversinger estaba traspasando nafta a un depósito de una de las máquinas de la tintorería. El combustible se derramó, corrió por el piso sin ser visto por quien realizaba la operación. “Cuando la nafta llegó hasta cerca de otra máquina que se hallaba en funcionamiento, se produjo la inflamación. Segundos después se producía la catástrofe, indescriptible por la asombrosa rapidez. Las llamas abrasaron a Oversinger y a la joven Pérez, que estaba cerca”.

El negocio se ubicaba en la esquina sudoeste donde más de dos décadas después, al promediar la década de 1950 se inauguró el hotel Premier, que aún funciona en el mismo lugar. Los ocasionales testigos no tuvieron tiempo que perder y pese a la impresión que les causó ver al hombre en llamas correr entre ellos “en el acto pidieron auxilio, tanto de la Asistencia Pública, de la Policía y del Cuerpo de Bomberos”.

La crónica explicaba que entre los negocios vecinos al incendiado: “está un taller de vulcanizado, donde ya ocurrió un siniestro casi parecido unos años antes. Al reventar un calentador sufrió quemaduras tan graves el dueño del taller, que falleció pocos días después”. Pegado a la vulcanizadora había una fábrica de cepillos de paja y más allá, un almacén. Ante la magnitud inicial del fuego se desató la alarma: “Se tiraba la mercadería a la calle y se corría de un lado para el otro sin saber qué hacer para librarse del peligro”.

Explosión en 1912

La ciudad se movía con el ritmo que le impone el fin de año. La hora fatídica quedó impresa en nuestra crónica del 29 de diciembre: “serían las 10.15 cuando en toda la ciudad se sintió una fuerte explosión, que conmovió la tierra, y luego varias detonaciones (...) las casas temblaron, crujieron los techos, desplomándose algunos. Enseguida una lluvia de ladrillos inundó los patios. Los vidrios de puertas y ventanas se hicieron añicos. Los cuadros en las paredes se desprendieron estrepitosamente. Puertas que estaban cerradas se abrieron, no se sabe cómo, destrozando las cerraduras. Los techos salieron de su quicio, amenazando inminentes derrumbes. Todos estos graves perjuicios ocurrieron en el curso de unos cuantos segundos”.

Había explotado una fábrica de pirotecnia en el 128 de calle Salta. El terror dominó a habitantes y transeúntes. Policías y bomberos se dirigieron al lugar para prestar auxilio y removieron escombros en busca de supervivientes. El intenso trabajo permitió rescatar unos 10 heridos de distinta consideración. Pero un pequeño de un año y medio falleció. Llamó la atención que algunas gallinas fueran despedidas a más de 100 metros y se hallaron en los fondos de otras viviendas, algunas con vida y otras muertas. Los primeros cálculos señalaban que la reconstrucción iba a costar unos 50.000 pesos. En un radio de 150 metros no quedó una ventana, vidriera o cristal sano.